Tema 3. La narración en prosa durante el Renacimiento. Boccaccio


  1. Narración en prosa

En los siglos XIII y XIV encontramos ejemplos de género narrativo en prosa:

1- Las prosificaciones del ciclo artúrico recibirán el nombre de roman/ romanzo/romance.

Son narraciones largas, idealistas, con personajes heroicos y amor caballeresco.

2- Colecciones de cuentos e historias breves que se denominarán nouvelle/ novella / novela: narraciones cortas, costumbristas que presentan amores realistas, con un tono pícaro y satírico.

En España nunca se utilizó el término romance, porque se confundía con el subgénero lírico popular sino que se utilizó el término libro o tratado y se evitó el nombre novela por sus connotaciones eróticas hasta el s.XVII, prefiriéndose el término tradicional ejemplo, hasta las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes.

    2. Cuentos o narraciones breves: antecedentes e influencias

Con origen en las fábulas griegas, las narraciones breves tuvieron mucho éxito a lo largo de la Edad Media llegando hasta el Renacimiento y conformando un género propio. Dependiendo de la intención con que fueron compuestos se pueden diferenciar tres tipos de cuentos:

1- Moralizantes: con una enseñanza explícita o moraleja, o implícita, formaban colecciones de libros de “ejemplos” con los que los predicadores completaban sus enseñanzas. A modo de parábolas, los argumentos procedían de las diferentes tradiciones griegas, latinas, de las sagradas escrituras, de la tradición oral y popular tanto musulmana como cristiana.

2- Burlescos: sátiras de denuncia social (fabliaux) escritos en verso fundamentalmente en la Francia del siglo XIII coincidiendo en temas y tonos con la poesía de los goliardos (estudiantes burguses promiscuos, jóvenes y despreocupados que viven la vida y disfrutan de los placeres)

3- Entretenimiento: propios de la tradición oral, y aunque suelen incluir intenciones educativas, no suelen estar relacionadas con la moral religiosa, sino con la intención instructiva y práctica para la vida.

Los cuentos que conocemos pertenecen en su mayoría a grandes colecciones que aglutinaban los relatos. Se trata de Las mil y una noches, recolección del s. XV de la tradición oriental realizada con el fin de conservar los cuentos. O bien El libro del Conde Lucanor, del Infante Don Juan Manuel, elaborado con una intención educativa. El caso de El Decamerón, como hemos visto en las palabras finales de la obra y en el proemio, si bien está destinado a entretener, auna una intención educativa y una puramente artística, ya que Boccaccio se desmarca de la labor de los sacerdotes y se enmarca en la de los artistas. Por último, Los cuentos de Canterbury de Chaucer, son casi todos de argumentos originales. Su trama narra el encuentro del propio autor con 29 peregrinos en una taberna, en la que propone contar cuentos para amenizar el viaje al Santuario de Santo Tomás Becket. Inacabado, presenta variaciones respecto al Decamerón ya que el autor está omnipresente y los personajes que narran los cuentos están más caracterizados, ofreciendo un retrato irónico de la sociedad burguesa inglesa.

Esta colecciones de cuentos coinciden en tres aspectos: tener una variedad de asuntos que van desde lo maravilloso, cuentos realistas, de amor, de humor, de aventuras etc. Aunan cuentos de diferentes tradiciones y de cosecha propia de cada autor, y todos crean un hilo conductor o un marco narrativo que da unidad al libro.

Hay que recordar la importante influencia del Panchatantra que al traducirse en el s. XIII al castellano con el título Calila e Dimna, tuvo un presencia importante en la cultura de la época.    

3. Giovanni Boccaccio (Completar la nota biográfica con la información que cada uno buscó sobre su vida)

Padre de la literatura italiana junto con Dante y Petrarca, nació hacia 1313. Hijo ilegítimo de un mercader toscano, vivió su infancia en Nápoles donde su padre intentó transmitirle su oficio. Pronto desistió viendo el interés de Giovanni por la literatura por lo que comenzó estudios de derecho canónico, mostrando nuevamente poco gusto por ello. En la corte napolitana encontrará tiempo para cultivar su pasión por la literatura. Allí conoció a María de Aquino, de la que se enamoró y con la que mantuvo una relación. María se transformó en Fiammetta (llamita en italiano), protagonista de varias obras del autor.

Sus poemas de amor incluidos en su obra Rimas, son un retroceso literario ya que vuelven a la concepción del amor trovadoresco: carnal y desesperado, propio de los enredos de las cortes.

Su obra Filocolo es un experimento de Boccaccio en el que refunde la novela medieval de Flores y Blancaflor con episodios marginales en un ambiente mitológico, divino, lleno de influencias de lo más variadas. Se trata pues de una novela pomposa, recargada y enrevesada que no destaca más que por ser el antecedente de la obra cumbre del autor: El Decamerón. Este Filocolo es el primer ejercicio narrativo del autor.

El Filostrato es un poema narrativo en el que el autor, con un argumento mitológico, narra las venturas y desventuras de Troilo y Griseida, personajes que representan al propio autor y a María de Aquitania.

La Elogía di Madonna Fiammetta es el primer intento creativo del autor que renuncia a tomar argumentos prestados de otras tradiciones y autores. En primera persona, Fiammetta narra su historia de amor, sus sentimientos, dudas, errores angustias etc. Contextualizada en la época del escritor, Boccaccio escribe con naturalidad una trama verosímil y realista en la que invierte los papeles haciendo de Fimmetta una mujer abandonada por su amante, en vez de ser el autor el abandonado por la dama (que es lo que ocurrió en realidad). Frente a esta naturalidad contrastará su prosa elegante y culta.

Frente a este retrato, Boccaccio se esforzará por realizar un retrato ideal de su dama, siguiendo la influencia que le produjo su admiración por la Divina Comedia dantesca. Este intento es su obra L'amorosa visione. Para ello retoma los tercetos de Dante y compone una estructura geométrica.

Su obra poética de juventud más lograda es sin embargo el Ninfale Fiesolano, en el que con versos octosílabos compone una trama amorosa, desligada de su periplo biográfico, al modo de una fábula mitológica. Puede considerarse precursora de la novela pastoril, género que influye en La Galatea (1585), de Miguel de Cervantes y La Arcadia (1598), de Lope de Vega.

En su madurez escribió su obra magna, El Decamerón, por el que obtuvo un amplio reconocimiento en vida. En esta etapa un nuevo desengaño amoroso provocó su obra El Corbaccio (proviene seguramente de la palabra castellana corbacho que significa látigo) en la que se fustiga de forma brutal y amarga a las mujeres enumerando sus vicios y maldades. Expuestos con una prosa viva, sarcástica e incisiva Boccaccio realiza una exaltación amarga de misoginia que tuvo una amplia aceptación y difusión en la época. La composición tiene su origen en un enamoramiento poco exitoso de Boccaccio. Ya cuarentón, se enamoró de una bella viuda y le escribió cartas expresándole sus amores. La mujer mostró las cartas a sus allegados, burlándose de Boccaccio por su origen plebeyo y por su edad. El libro es la venganza del autor, que no dirige sólo contra la viuda, sino contra todo el sexo femenino.

Además de escribir, Boccaccio se interesó profundamente por la cultura antigua, estudió sus obras y el latín componiendo en esta lengua poesías bucólicas, tratados mitológicos. Por último, cabe destacar la biografía que le dedicó a su admirado Dante, sobre el que impartió lecciones siendo ya anciano y gracias al cual se incorporó el adjetivo “Divina” a su Comedia.

    4. El Decamerón

Así como el Cancionero de Petrarca será para los escritores del Renacimiento el máximo modelo de poesía, el Decamerón se convertirá en la prosa ejemplar en la cual la lengua vulgar ha alcanzado la excelencia expresiva y compositiva de la latina.

Si la narración novelesca medieval, o sea la ficción con trama y peripecia, solía proyectarse hacia un pasado remoto: por ejemplo, las novelas bretonas se colocaban en los lejanos tiempos del rey Arturo, ya en el fabliaux francés se advierte una actitud nueva: el narrador refiere hechos que suceden en su ambiente y en su tiempo, en la actualidad, y por ende hay en él una crítica social marcada. El Decamerón señala el triunfo de esta actitud narrativa, y aunque varias de sus novelas se sitúen en tiempos pretéritos o en países lejanos, lo que impera en él es la inmediata proximidad temporal y geográfica.

El mundo que circunda a Boccaccio se convierte así en novela, pues el escritor, agudo y excelente observador, sabe excitar su imaginación con los elementos que tiene más a mano, la sociedad que le rodea, con todo su realismo, se hace objeto de arte.

Dante llevó su ambiente —sus enemigos políticos, sus amigos literarios— al trasmundo e hizo hablar a sus contemporáneos en el infierno, en el purgatorio y en el paraíso, reinos poblados de florentinos de toda clase; Boccaccio hará la humana comedia de sus contemporáneos mientras éstos están con vida y sufren miserias, se entregan al vicio o realizan toda suerte de trampas y de engaños. Los seres que pueblan el hervidero de pasiones del Decamerón son por lo general personajillos de tres al cuarto que en la Divina Comedia forzosamente tendrían que confundirse entre las anónimas almas en pena. Si en los diez círculos del infierno dantesco hallamos representantes de la seducción, la hipocresía, la adulación, el fraude, el engaño, etc., en cambio, en el Decamerón una turba de gente vulgar hace méritos para ocupar aquellos círculos infernales mientras ha instaurado en la tierra el reino de la malicia. Los moralistas se desgañitan y se esfuerzan en llevar por el buen camino a estos desgraciados sinvergüenzas; Boccaccio, desde su púlpito de escritor culto y burlón, se ríe de este mundillo desde una actitud artística, no moralizante.

La terrible peste negra de 1348, que diezmó la población de Europa y que causó unos estragos apocalípticos, constituyó una verdadera sacudida espiritual. La miseria humana se hizo clara y patente y los esqueletos de millares de apestados insepultos presentaron a la sociedad desnuda. La Danza de la Muerte formó entonces un corro inmenso que hacía entrar a personas de todas clases y condiciones, igualándolas socialmente y derribando vanidades terrenales e ideales humanos. La sociedad quedaba al desnudo para ser contemplada con ojos realistas y ser caricaturizada.

Boccaccio centra su Decamerón en las afueras de Florencia durante la peste 1348 (aunque seguramente escribió la obra unos años después, sobre 1350). Para huir de los estragos de la epidemia y liberarse de la melancolía y la aflicción, siete jovencitas y tres jóvenes, pertenecientes a la burguesía rica y cultivada, se encierran en una casa de campo y se imponen el juego de relatar cada uno de ellos un cuento a lo largo de cada día, exceptuando los de respeto religioso. De esta suerte, en diez (deca, «diez», hemera, «día») se narran cien cuentos. Cada jornada va presidida por aquél o aquélla que es elegido rey o reina del día y éste puede imponer el tema en el que se centrarán los cuentos. Todos, a excepción de Dioneo, seguirán el plan establecido.

Estos diez narradores enmarcan los cuentos en una leve trama, que describe las distracciones a que se entregan los diez jóvenes durante su retiro, incluso los bailes y las canciones. Esta técnica narrativa que une elementos dispares y halla una justificación literaria a la reunión, procede sin duda de las grandes narraciones orientales, como las Mil y una noches. En el Proemio, el autor expone los motivos que le llevan a escribir este libro y señala, además, a quién se dirige especialmente, su lector modelo: las mujeres enamoradas. En el prólogo Boccaccio describe en páginas impresionantes la peste en Florencia y narra la ocasión del encuentro de los diez jóvenes en una iglesia.

Su vida es casta y sus placeres son puramente intelectuales; y es que su refinada y hasta cierto modo enfermiza mentalidad les ha llevado al punto de divertirse con la narración de los vicios del vulgo, de los que ellos, enamorados sentimentales y cultos, se hallan totalmente alejados. Lo que buscan es huir de la melancolía y de la tristeza en momentos de miseria y de muerte, y ahí radica, precisamente, la explícita finalidad que Boccaccio da al Decamerón en su conclusión, o mejor justificación, final: «Si los sermones de los frailes están hoy día llenos de agudezas, de cuentos y de mofas para avergonzar a hombres de sus culpas, consideré que estos mismos no estarían mal en mis cuentos, escritos para ahuyentar la melancolía de las mujeres».

Pero quizá la verdadera esencia del Decamerón sea la alegría. Esta obra es fundamentalmente una obra alegre y se ha escrito para provocar la risa en las personas inteligentes, como lo son los diez narradores, para los cuales el mundo de bellacos, pícaros, ladrones, necios y sensuales que constituyen el vulgo son como los bufones o histriones de una corte, cuya única finalidad es divertir a las clases elevadas. Boccaccio no adopta en modo alguno una actitud moral frente a la vileza de sus personajillos; le divierten precisamente por ser tal como son y por nada del mundo quisiera que se enmendaran, pues al fin y al cabo sabe que todos ellos tienen un sitio reservado en el infierno dantesco. Boccaccio pretende suscitar la risa, y para ello busca lo cómico y lo ridículo en la ignorancia y en la maldad, y lo hace con completa conciencia artística.

En el Decamerón hallamos la primera obra maestra de la prosa europea moderna y el más refinado estilo de Boccaccio. El que se viene llamando «período boccaccesco» es, fundamentalmente, una perfecta modelación de la frase italiana sobre la latina: lleno de epítetos y largos complementos, estira las frases, largas y rítmicas incluyendo el verbo al final. A base de la más bella y culta retórica Boccaccio es capaz de escribir vulgaridades y lugares comunes cuya vaciedad queda disimulada por el estilo y cuya lectura agrada. Este tipo de período amplio y majestuoso es la gran creación de la prosa de Boccaccio.

En el Decamerón, libro de alegría y destinado a provocar la risa, lo único serio es precisamente el estilo, trabajado con un cuidado sumo y surgido de una mente ordenada y equilibrada, sensible a la belleza verbal y a la musicalidad de la frase. 

Este estilo ciceroniano, que simultáneamente Petrarca empleaba en sus obras en latín, parece a primera vista el vehículo menos indicado para la expresión de cuentos livianos. Pero en esto está el mérito de Boccaccio, en haber dignificado una vil y vulgar materia con su sutil estilo de prosa. El período boccaccesco será durante cerca de dos siglos un ejemplo de prosa que tal vez causará más estragos que beneficios, pues no todos los prosistas tendrán la mesura del autor del Decamerón, que sabe hasta qué punto puede llegar en el retorcimiento de la frase sin que se malogre la elegancia.

Bibliografía: Riquer y Valverde, Historia de la Literatura Universal, Barcelona, 1968

Textos
 


- Proemio
- Prólogo
- Introducción a la Primera Jornada
- Tres cuentos del temario de selectividad





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