Ejercicios de localización de fragmentos

FRAGMENTO 1


Un día, en mis ensueños,
una joven con un salterio aparecía
llegaba de Abisinia esa doncella
y pulsaba el salterio;
cantando las montañas de Aboré.
Si revivir lograra en mis entrañas
su música y su canto,
tal fuera mi delicia,
que con la melodía potente y sostenida
alzaría en el aire aquella cúpula,
la cúpula de sol y las cuevas de hielo.
Y cuantos me escucharan las verían
y todos clamarían: «¡Deteneos!
¡Ved sus ojos de llama y su cabello loco!
Tres círculos trazad en torno suyo
y los ojos cerrad con miedo sacro,
pues se nutrió con néctar de las flores
y la leche probó del Paraíso».


kUBLA kHAN DE COLERIDGE




FRAGMENTO 2


PARIS
Dios me guarde de turbar la devoción.-Julieta,
os despertaré el jueves bien temprano.
Adiós hasta entonces y guardad mi santo beso.
Sale.

JULIETA
¡Ah, cerrad la puerta y llorad conmigo!
No queda esperanza, ni cura, ni ayuda.

FRAY LORENZO
Ah, Julieta, conozco bien tu pena;
me tiene dominada la razón.
Sé que el jueves tienes que casarte
con el conde, y que no se aplazará.

JULIETA
Padre, no me digáis que lo sabéis
sin decirme también cómo impedirlo.
Si, en vuestra prudencia, no me dais auxilio,
aprobad mi decisión y yo al instante
con este cuchillo pondré remedio a todo esto.
Dios unió mi corazón y el de Romeo,
vos nuestras manos y, antes que esta mano,
sellada con la suya, sea el sello de otro enlace
o este corazón se entregue a otro
con perfidia, esto acabará con ambos.
Así que, desde vuestra edad y experiencia,
dadme ya consejo, pues, si no, mirad,
este cuchillo será el árbitro que medie
entre mi angustia y mi persona con una decisión
que ni vuestra autoridad ni vuestro arte
han sabido alcanzar honrosamente.
Tardáis en hablar, y yo la muerte anhelo
si vuestra respuesta no me da un remedio.

FRAY LORENZO
¡Alto, hija! Veo un destello de esperanza,
mas requiere una acción tan peligrosa
como el caso que se trata de evitar.


Shakespeare, Romeo y Julieta




FRAGMENTO 3




Saladino, cuyo valer fue tanto que no solamente le hizo llegar de hombre humilde a sultán de Babilonia , sino también lograr muchas victorias sobre los reyes sarracenos y cristianos, habiendo en diversas guerras y en grandísimas magnificencias suyas gastado todo su tesoro, y necesitando, por algún accidente que le sobrevino, una buena cantidad de dineros, no viendo cómo tan prestamente como los necesitaba pudiese tenerlos, le vino a la memoria un rico judío cuyo nombre era Melquisidech, que prestaba con usura en Alejandría; y pensó que éste tenía con qué poderlo servir, si quería, pero era tan avaro que por voluntad propia no lo hubiera hecho nunca, y no quería obligarlo por la fuerza; por lo que, apretándole la necesidad se dedicó por completo a encontrar el modo como el judío le sirviese, y se le ocurrió obligarle con algún argumento verosímil. Y haciéndolo llamar y recibiéndole familiarmente, le hizo sentar con él y después le dijo:

-Hombre honrado, he oído a muchas personas que eras sapientísimo y muy avezado en las cosas de Dios; y por ello querría saber cuál de las tres leyes reputas por verdadera: la judaica, la sarracena o la cristiana. El judío, que verdaderamente era un hombre sabio, advirtió demasiado bien que Saladino buscaba cogerlo en sus palabras para moverle alguna cuestión, y pensó que no podía alabar a una de las tres más que a las otras sin que Saladino saliese con su empeño; por lo que, como a quien le parecía tener necesidad de una respuesta por la que no pudiesen llevarle preso, aguzado el ingenio, le vino pronto a la mente lo que debía decir;


Boccaccio, fragmento de la novela "El judío Melquisidech y el sultán salaidno"




FRAGMENTO 4

-Hijo mío, consuélate y piensa en curarte de todas las maneras, que te prometo que lo primero que haré mañana por la mañana será ir a buscarlo y te lo traeré.

Con lo que, contento el niño, el mismo día mostró cierta mejoría. La señora, a la mañana siguiente, tomando otra señora en su compañía, como de paseo se fue a la pequeña casa de Federigo y preguntó por él. Él, porque no era temporada de caza, estaba en el huerto y preparaba algunas faenas allí, el cual, al oír que doña Giovanna preguntaba por él a la puerta, maravillándose mucho, corrió allí muy contento; y ella, al verlo venir, con señorial amabilidad levantándose a saludarle, habiéndola ya Federigo con reverencia saludado, dijo: -¡Bien hallado seáis, Federigo! -y siguió-. He venido a reparar los daños que has sufrido por mí amándome más de lo que hubiera convenido; y la reparación es que quiero con esta compañía mía almorzar contigo familiarmente hoy.


Boccaccio, fragmento de la novela "Federico de los Alberighi"


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